¿Cuál es el sistema de propulsión adecuado?

Ernst Prost, el director gerente de Liqui Moly, reflexiona sobre el concepto de propulsión más adecuado para el futuro, preguntándose si no sería más sensato investigar con resultado abierto con mix de tecnologías en vez de decantarse por solo un concepto.


¿La Edad de Piedra se acabó porque ya no quedaban piedras? Lo dudo. Tampoco se acabó la Edad de Bronce porque ya no quedara bronce, sino porque apareció algo mejor. Y cuando aparezca algo mejor que el motor de combustión, también éste pasará a la historia.

No será porque se acaben las reservas de aceite y gasolina, sino por la irrupción de una tecnología mejor. Quizá sea el motor eléctrico propulsado con baterías. Pero quizá sea la propulsión a base de hidrógeno… o motores diésel y gasolina optimizados en gran medida con combustibles elaborados sintéticamente y que funcionen de manera más respetuosa con el medio ambiente que cualquier motor eléctrico… La palabra clave aquí es equilibrio ecológico.

Cuando pienso en mis tiempos de mecánico de automóviles, recuerdo que antes apenas se necesitaba dar vueltas a un par de tornillos de ajuste, por ejemplo en el carburador, la bomba de inyección o en la distribución de válvulas, para reducir significativamente el consumo de combustible y reducir también la emisión de gases. Creo que los motores de gasolina y diésel a día de hoy no han alcanzado todavía el máximo desarrollo tecnológico. Se pueden optimizar todavía. Lo decisivo es el equilibrio ecológico de un motor, incluyendo aquí los costes de fabricación y la carga ambiental que van ligadas a la producción de las baterías. Y es aquí donde tengo mis reservas respecto a la rentabilidad absoluta y el impacto medioambiental de los motores eléctricos.

Sobre todo a la hora de evaluar la huella ecológica de un sistema de propulsión. ¿Por qué no apostar por una investigación en ambas direcciones con resultado abierto? A veces, conviene mejorar lo viejo en lugar de obstinarse en idear algo nuevo por todos los medios.

Precisamente el motor diésel, con tan mal nombre, tiene todavía un enorme margen de mejora que puede convertir este sistema de propulsión no solo en rentable, sino también en más respetuoso con el medio ambiente. Cuando veo las impresionantes mejoras que alcanzamos con tan solo combinar aceites modernos con nuestros aditivos, me atrevo a pronosticar que el motor de combustión todavía no ha perdido, ni de lejos, la batalla contra el motor eléctrico. Tanto los políticos como el sector económico deben darle al menos esa oportunidad a los creadores e ingenieros… Están en juego puestos de trabajo de una industria desarrollada, la idea no debe ser crear trabajo a base de destruir trabajo. Los consumidores deberían participar también.

En una encuesta que realizamos hace poco tiempo, la gran mayoría de compradores elige el motor de combustión. Con razón. Precisamente los diésel, con sus ya bajas emisiones de CO2, podrían ayudar a reducir las emisiones contaminantes según los objetivos ambientales europeos, si se combinan con una depuración eficiente de los gases de escape.

Tanto la generación de hidrógeno para células de combustión como la producción de combustibles sintéticos, mediante energía solar, con los que funcionan los motores han pasado de ser ideales a ser técnicamente viables hoy en día. Todo ello sin baterías y sin la explotación depredadora de materias primas.

Esto parece mejor que generar electricidad en antiguas centrales eléctricas a base de lignito, que vamos a mantener en la red hasta 2038 con miles de millones euros de los contribuyentes, o en centrales nucleares contaminadas para que circulen coches eléctricos presuntamente respetuosos con el medio ambiente.

Y a largo plazo, si queremos emitir menos gases contaminantes y proteger el medio ambiente, y aun así mantener toda nuestra movilidad, deberá ser más bien: un mix de tecnologías diversas y diferentes. Pero nunca un monocultivo impuesto al país de los inventores e ingenieros.